A 131 años del natalicio de Agustín Acosta, tertulia con Carilda Oliver
Por: Yolanda Brito Álvarez
Las tardes de noviembre son limpias. El sol,
apurado por esconderse, destella sus últimos suspiros... la gente camina
por la cera de la sombra y perciben como se escurre la claridad. El
aire retoza con un cabello laceado. Pareciera que la luz de esta
calzada bailara al ritmo de la matanceridad y se moviera al compás de
los poetas que la vieron desde sus pañales, entrar por primera vez por
el filo de sus ventanas.
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Grupo de Invitados junto Yolanda Brito (Blusa Violeta) y Carilda Oliver Labra |
Así fueron las últimas horas de la tarde del
lunes 6, en Tirry 81, para un grupo de intelectuales y poetas que desde
Jagüey Grande, llegaron hasta la histórica casona, para compartir con
su anfitriona, una fecha que se hace repetible desde el sentimiento y
la memoria a los que se congregaron: el 12 de noviembre, natalicio de
Agustín Acosta y Bello, el poeta de Ala, el poeta de
las carretas, el poeta de la camisa zurcida, el poeta que luchó por
revivir el nombre de Martí en plena República, el poeta guardado tras
las rejas por el esbirro con garras, el poeta del campo, el poeta de los
trenes, el poeta de la otra orilla…
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Yolanda Brito conversa sobre la figura del poeta Agustín Acosta |
La Tertulia de Carilda tiene la mística que envuelve los versos
agustinianos, no por gusto, él fue uno de sus maestros; ella, una alumna
sobresaliente. La Tertulia tiene la guianza del peregrino, puesto al
centro, como merece, con el corazón abierto, rasgado, sangrando las
heridas y las injusticias, para mirar hacia adentro, hacia lo que no se
ve, y observar a cada uno de los que nos sentamos, no a escuchar,
sino a ser parte desde la sonrisa, desde el aplauso, desde el gesto
preciso, desde las palabras. Fueron minutos de aislamiento, de elogios,
de análisis y de poemas, regalados por los jagûeyenses a Agustín y a
Carilda, mientras se concedían a sí mismos el privilegio de ser
presencia y protagonistas de este día especial.
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Humberto Rodríguez, historiador de Jagüey Grande hace entrega de un reconocimiento a Carilda Oliver |
La poesía cobijó todos los momentos: Las rápidas respuestas de la
investigadora Yolanda Brito ante las interrogantes sobre la conflictiva
vida de Acosta que le hiciera Raidel Hernández, el solícito anfitrión;
el recorrido por el acontecer del Museo Municipal de Jagüey Grande, y su
empeño por rescatar los intersticios de los días que el poeta pasó en
la casa que los ocupa, en la intervención del historiador Humberto
Rodríguez; la guitarra soñadora y auténtica de Mario Duque; el
estremecedor encanto de las voces de los actores Eduardo Orozco e Iris
Lay, enlazando los poemas “Canto a Matanzas” y “Soneto a Matanzas” de
Agustín y Carilda respectivamente; la proyección del corto “Agustín Acosta. Entre la luz y las sombras”
de la realizadora Nataly Herrera; tuvieron su clímax en las cubanísimas
piezas de Lecuona, interpretadas por el concertista Francisco Rivero.
Fue una tarde para recordar y aprender, no solo de
poesía sino de cultura cubana, de momentos y facetas de nuestra
historia; para analizar sin prejuicios, para buscar empatías y para
conectar nuestros sentimientos con la contemplativa realidad que nos ha
precedido como nación, con la del lugar y con la que íbamos
experimentando al paso de la sutil y tierna conducción que hacía Yoelkis
Tocros de cada instante.
Al alejarnos de Tirry 81. El sol se había
trasnochado, pero ahora éramos todos un poco más, iluminarias precisas,
solo percibidas en el contorno de las sombras dejadas por aquellos
poetas que le continuarán dando su refulgencia a los que se acercan al
misterio de su poesía.
Los abrazos de alegría no se hicieron esperar
entre los jagûeyenses que regresábamos satisfechos, henchidos,
orgullosos. Atrás, la Matanzas que nos da nombre y su calzada, cuya
luz ponía brújula una vez más hacia el sur… como antes, como siempre,
impulsada por sus candiles.
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