Digdora Alonso, desde el átomo hasta una poesía de la ciencia
La posibilidad del Apocalipsis abandona los dominios de Dios, el
Armagedón puede ocurrir lo mismo en una isla del Caribe que en el centro
de una metrópoli europea; el ser humano controla – por primera vez –
las fuerzas que pueden aniquilar la creación - o el mágico accidente de
la vida - si estuviéramos pensando como evolucionistas.
Little Boy e Fat Mat, el niño pequeño y el hombre gordo, otra vez
dos, dos bombas, la prueba y su reiteración, uranio y plutonio,
Hiroshima, Nagasaki, sangre… cobro de almas.
En este escenario, entre la era atómica y la era digital, en tiempos
beligerantes, nace “Bajo el Hongo”; libro de poemas de Digdora Alonso
publicado primero en Ediciones Vigía, 1986 y reeditado más tarde por
Ediciones Matanzas en el 2001, en otro siglo, para que pudiéramos
acceder – definitivamente – a ese libro raro y oportuno del que hablaba
Dulce María Loynaz en carta dirigida a la autora. Raro y oportuno, mucho
hemos insistido en el primero de los términos, por lo que tiene de
cautivador; pero olvidamos a veces el segundo y más importante, “Bajo el
Hongo” es un texto oportuno, un tragaluz que se abre para que podamos
acercarnos a una visión del mundo permeada por el Siglo XX, por su
caudal científico y su incivilidad, o lo que es aún más sobresaliente,
el nacimiento de una nueva civilidad.
En el prologo de la edición del 2001, María Esther Ortiz nos dice
“(…) es que elijo acercarme a la esencia de una poética sin epígonos;
que confunde, dispersa y finalmente, define, si la ceptamos sin luchar
con convenciones poéticas anteriores, con otros referentes, una poética
que ercibimos cuando no comparamos estas contradicciones y
espejismos..” Más adelante utiliza de manera textual cuatro versos del
cuaderno que son esenciales para la comprensión del territorio poético
que ha elegido la autora:
En este siglo tan lleno de música
Si queremos repartir el pan
a partes iguales
tenemos que dividirlo a tiros.
Si queremos repartir el pan
a partes iguales
tenemos que dividirlo a tiros.
La sociedad del ser humano científico, la instrumentalidad de la
ciencia, sus consecuencias y su papel en la conformación de una nueva
axiología. El ser queda atrapado en el torbellino de una revolución
científica que lo sobrepasa.
La autora no desea ser sólo un testigo pasivo, toma partido a través
de la poesía, se coloca en el centro, cuestiona, dicta, duda, aplaza…
Crea un espacio para que la realidad poética confluya con las otras
realidades. Le interesan lo mismo un astrónomo que desde el telescopio
de Monte Palomar descubre una nova, como la mujer que mira al cielo
preguntándose
si allí también existe la tristeza pobre de los condenados; los
fotógrafos que se agolpan de la misma manera sobre el pecho herido del
héroe que ha sido condenado a muerte, que sobre los senos del último
símbolo sexual.
Ella se resiste a las fronteras de la nación, no habla sólo de
nosotros sino del mundo, la isla se ensancha para adquirir las
dimensiones de lo universal. Nos propone una poética de todos, al menos
quiere – sabe - que su siglo ya se ha expandido lo suficiente como para
contenerlo en los muros reducidos de la ciudades – guetos.
Regresan en su poesía algunas ideas estéticas de la primera mitad del
XX, ideas que se reiteraron a lo largo de toda la centuria y que
indagaban sobre la relación arte –máquina, la maquinaria como sujeto del
arte; la subordinación del arte al desarrollo científico técnico, entre
otros. En Digdora esta inquietud estética es matizada por su humanismo:
(nos dice)
Como utilizar una pieza buena
de una maquinaria inservible
para hacer funcionar otra.
Quien pone el corazón
es el dueño
hubiera dicho un romántico
cursi.
de una maquinaria inservible
para hacer funcionar otra.
Quien pone el corazón
es el dueño
hubiera dicho un romántico
cursi.
Microscopios, aviones, rayos gamma, planeta Marte, ultrasonido,
infrarrojo, laboratorio,célula, radio toxemia, ecuación… son algunos de
los términos científicos que Digdora utiliza en el cuaderno, palabras
muy poco utilizadas en el universo de la poesía, pero que aquí se
establecen, dialogan desde un discurso diferente. El verso invade el
terreno de la ciencia y busca desde allí una traducción de la
existencia. Antonio Gamoneda, Premio Cervantes de 2006, nos dice al
respecto de esta confluencia:
Se tiene la sensación de que la poesía y la ciencia son dos
realidades que pudieran estar en cierta situación de antitesis. No es
necesariamente cierto (…) el conocimiento científico tiende a la
objetivación. Sin embargo la poesía es irremediablemente subjetiva. Pero
se da la circunstancia de que la objetivación del poeta puede, quizás,
interiorizar la ciencia y, entonces, es cuando se convierte en materia
poética…
En “Bajo el Hongo” esas dos unidades se conectan y dan origen a un
libro de poemas muy singular. La autora utiliza también los opuestos
filosóficos, las comparaciones, la idea de la curvatura de las líneas y
el infinito-finito como un símbolo de distorsión, de soberbia, la
insistencia en la música -como categoría- para guiarnos a través de la
lectura. En el epigrama final, Digdora nos dice:
En este siglo
donde hasta el infinito es finito
y todas las líneas se curvan…
donde hasta el infinito es finito
y todas las líneas se curvan…
El enigma de la esfinge se va despendiendo aquí de dos de sus
elementos esenciales (¿de donde venimos? y ¿quiénes somos?) queda al
final sólo la pregunta: ¿hacia donde vamos? Digdora ensaya una
respuesta, no es concluyente, no la impone, a penas es su respuesta:
Entre caballos de metal
águilas de metal
peces de metal
nuestra carne sin caminos.
águilas de metal
peces de metal
nuestra carne sin caminos.
Por: Abel G. Fagundo
J.Grande. Matanzas. 1973. Poeta
J.Grande. Matanzas. 1973. Poeta
Publicado originalmente en: http://mardesnudo.atenas.cult.cu
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