La ruta 11
Por: Abel G. Fagundo
La ruta 11 va hasta la universidad y en la mañana pude abordar el ómnibus casi vacío (una singularidad que las ciencias sociales no podrán explicar). Me encontré con un bukowskiano. Hombre valiente que atravesó el umbral de una ebriedad deep blue y exhibía un bamboleo existencial de pánico, al borde del abismo. La curda provenía de una botella de Nucay, un ron refino de 34 grados que se vende al “módico” precio de 38 pesos (1.52 dólares) y que puede matar demonios y ratones.
La ruta 11 va hasta la universidad y en la mañana pude abordar el ómnibus casi vacío (una singularidad que las ciencias sociales no podrán explicar). Me encontré con un bukowskiano. Hombre valiente que atravesó el umbral de una ebriedad deep blue y exhibía un bamboleo existencial de pánico, al borde del abismo. La curda provenía de una botella de Nucay, un ron refino de 34 grados que se vende al “módico” precio de 38 pesos (1.52 dólares) y que puede matar demonios y ratones.
El “poeta de la vida” se bajó unas dos cuadras antes de
llegar a la universidad. Lo miré por mi ventanilla – una brisa de mar aliviaba
agosto – quedó sembrado al borde de la carretera, se movía como un árbol joven
y frágil; pero sus piernas se enterraron en el suelo. En la tarde, a mi regreso
de la sede universitaria, cuando la lluvia de la tarde lave las angustias
diarias, sabré si sus raíces se alimentaron de la isla o si la isla se alimentó
de su sangre alcoholizada, cóctel de Dios.
@abelgfagundo
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